sábado, julio 18, 2020

De crímenes y jueves


Era jueves aquél día que tuve que arrugar mi boca como si fuera un papel mal escrito, para poder arrojar a la basura todas aquellas palabras que quedaron por decir. Mis labios color de vino parecían cosidos con un hilo negro que me bordaba silencio, en lugar de una rabia que debió haber descosido toda moral. Supongo que la tristeza secreta puede tener ese efecto mortal, de callar lo incallable y de querer lo inquerible. Como de costumbre, navegué mis tristezas en un barco de papel. Me he vuelto experta en las artes del origami -y también de la navegación-. El mar negro, poco a poco, se convirtió en un mar rojo cuyas olas de pasión reventaron por mi boca, dejándola libre al fin. Las primeras palabras hicieron el trabajo grueso, esas que como cuerda que sujeta un flotador, permitieron sacar al muerto, que estaba ya podrido dentro hacía tiempo. Al sacarlo, salieron junto a su cuerpo descompuesto aquellas palabras viejas, que se asfixian por existir sin voz. Estaban pegadas en su pecho, en sus manos, en su rostro agusanado. Luego, las palabras de la segunda ola -que para el caso no representan ningún tipo de progresismo ni de nueva moda, sino la mera continuación de un proceso de remoción de escombros-, fueron agresivas e inmorales. Esas fueron como el vapor acumulado en los treinta minutos de cocción de las legumbres en olla marmicoc con una cucharada de bicarbonato y media de sal. Simplemente estallaron, tardíamente, pero con una fuerza definitoria y radical. Salieron feroces, con bolsas de plástico en mano, dispuestas a efectuar un crimen de asfixia que no dejase ningún tipo de rastro ni huellas. Lo primero que hicieron fue ahogar de CO2 a mis vestigios de moral y buenas costumbres. Hecho eso, todo tomó su curso: la rabia dejó de ser íntima, la narración terminó de sacar los restos podridos, el hilo negro cayó de mi boca, y luego la euforia y las lujurias me encaminaron hacia mis pasiones varias -otra vez. Anclé mi barco de papel en el muelle de un mar que ahora parecía una taza de leche. Me detuve a mirar el ocaso, y me adentré en la espesura del bosque, mientras sonreía al recordar que yo nací un día jueves.

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