Tengo una lucecita brillante en el centro del pecho,
bajo el esternón, más adentro que el hueso
y la lucecita está opaca, débil,
pero de algún modo lograr crecer
y sus haces de luz muerta
empiezan a tocarme los órganos
-nobles, innobles, todos-,
evidenciando con su tenue luz
las certezas dormidas de algo que ha yacido como muerto
pero que está despierto desde siempre
jugando a espiar astutamente con un ojo abierto
La luz se expande,
poco a poco se acerca hacia un punto sin revés:
aún hay tregua y mientras tanto,
tejo como Penélope, en esta bitácora anterior,
las lágrimas futuras que el parto de la luz traerá consigo
porque un día será tan brillante y tan fuerte
que me saldrá por la boca, por los ojos, por la nariz
Pero luego de años y años de tejido,
la luz no me dejará ciega ni aturdida
sino que pondrá por fin,
en puño y letra,
en voz y lengua,
en sexo y cuerpa,
nombre a eso indecible
opacidad que sistemáticamente
aprendí a no nombrar.
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Luna Juegos de Luz. (o qué se ilumina al iluminar) |
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