¿La muerte? ¿Muerte de qué? ¿Muerte de quiénes? ¿No habitamos acaso, de manera permanente, la muerte?
¿No resulta una ficción absurda y evidente nuestra delimitación arbitraria de la vida y de la muerte? ¿No morimos y nacemos un poco cada día? ¿Se puede acaso nacer sin morir?
¿Y no es triste que, en cambio, se pueda morir sin nacer?
¿No es brutal que podamos morir estando ya muertxs? ¿Quién nos roba la posibilidad de nacer entre estas muertes múltiples que transitamos? ¿No será también que, cual cómplices, hemos subastado y puesto en venta nuestros siempre mortuorios nacimientos?
¿No hemos colonizado nuestro cuerpoespíritu [que lo nombro así para superar el binarismo que así y todo no supero por las cercas eléctricas que impone el lenguaje] al demonizar la muerte que nos es parte?
¿No es acaso la vida un largo orgasmo que cada día camina hacia su extinción y apaciguamiento? ¿Y no es, precisamente, el alcance de aquél clímax, de esa petit morte, la que en tanto muerte, es aquella condición necesaria para el regeneramiento de la vida, que se expresa en la posibilidad de re-nacer? ¿No es que sino en tanto se alcanza el ocaso del orgasmo, que esta mortuoria condición nos permite experimentar un orgasmo nuevo, un nuevo nacimiento? ¿No es entonces, que el nacimiento requiere a la muerte?
¿Y enunciarlo de este modo, no sería acaso una enunciación o comprensión instrumental? ¿No será más bien que la muerte es el continuum de la vida, o más bien, la continuidad de toda vida posible?
¿No somos entonces una cinta de moebius, hecha de vida y hecha de muerte, que cuando logra abrir su tercer ojo y ser consciente de sí, que recién en este instante, en esta fractura de la conciencia, logra asumirse como organismo vivo? Más, ¿no hay en este continuum de las muertes y las vidas, cintas completas a las que se les deja agonizar? Y a estas vidas agonizantes, ¿no se les priva acaso de su derecho de vida y su derecho de muerte, sin poder morir y por tanto, sin poder nacer?
¿Cómo resiste ante las nuevas formas-de-vida, una vidamuerte agónica que en tanto no muere, no puede volver a nacer? ¿No sería entonces aquel estado agónico, aquella muerte absoluta del ser, esa muerte que es muerte en tanto al no morir, no puede (re)nacer?
¿No sería entonces el agonismo aquella verdadera muerte que no hemos podido nominar? ¿Será que los mundos que habitamos pretenden nuestra permanente agonía y resecamiento, más que nuestra posibilidad de nacer y reverdecer? ¿Será que hemos permitido que se nos arrebate el derecho de morir y en ello, de nacer cambiando nuestra piel?
Si para cada nuevo nacimiento de nuestros seres debemos atravesar algunas muertes, la agonía de quien no logra morir para en ello vivir, es aquella muerte trágica, muerte triste y marchita, que mata al ser creativo y constructivo, al ser de su agencia, a ser que se inventa ser.
¿No es acaso ésta la verdadera muerte terrible, que al propagarse como un cáncer social, aniquila nuestras pluripotencias de ser y llegar-a-ser?
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