Y se dio cuenta de
que estaba solo. Rodeado de gente, pero solo. Ella le decía cosas lindas, pero
el corazón de él ya estaba muy cerrado y muy duro. Las oía, hasta las
disfrutaba, pero era tan consciente de su soledad que sabía que esas palabras
no eran más que una sincera expresión de un momento que había de transcurrir y
desaparecer, como todos los momentos suelen hacer. Ella era un precioso
momento, pero como momento, estaba a momentos y en los momentos que no estaba,
estaba la soledad, que no era un momento, sino más bien un modo de estar.
Así
que él le sonreía a ella, con profunda ternura, pero sabiendo que así
como su sonrisa se desvanecía, ella haría también. La miraba. La miraba fijo.
La encontraba preciosa. Le gustaba mirarla mientras tomaban vino, le gustaba
esa forma siútica de tomar la copa que tenía ella, como fingiendo ser una
elegante dama de Paris que se dedica a catar vino por oficio o profesión, sin
embargo ella no sabía nada de catas, tomaba el vino a grandes bocanadas -lo que
inmediatamente habría tirado por la borda su carrera de catadora- pero a él le
encantaba que fuera así, tan espontánea y natural.
El
departamento del octavo piso se hizo pequeño para todo el humo que los fumadores
del lugar exhalaban. La música tenue de Víctor Jara llenaba todo con su son;
había vino tinto (mucho vino tinto) y sólo Cabernet Sauvignon; estaban hablando
acerca de cómo debería constituirse en Chile la educación como un derecho, ante
lo que existían diversas posturas: los gratuistas, los
financiación-compartistas, los sube-impuestistas, los anarquistas, los
quememoslo-todo-y-hagámoslo-otra-vezístas, los pro escuelas libres y
popularesístas, entre otros. Había de todo, bueno, casí todo, porque a la
reunión no llegaron (por suerte) los no-me-importaístas, así que el diálogo era
muy interesante y enriquecedor. Si esa noche hubiera sido más larga podrían haber
solucionado el país entero, y quien sabe, hasta el mundo. Inspirados en sus
corrientes teórico-filosóficas de preferencia, soñaban e hilaban debates que
podrían sentar las bases de un mundo entero que fuere mejor.
A
él le gustaba estar allí. Disfrutaba ver cómo esta gente pensante debatía, y se
servía vino, y seguía debatiendo, y seguía tomando vino, y se reía, y seguía
tomando vino. En general, él siempre era parte pseudo-central de estas
conversaciones, pero hoy la soledad lo inundaba de manera tal que parecía
hasta haberle comido las palabras. Y no era cosa nueva, era una soledad que ya
por años le venía asediando. Primero, le había agarrado de una pata y había
comenzado a trepar, así como hacen los gatitos nuevos; luego, le agarró la
pierna derecha, con sus uñas filudas se afirmó fuerte para trepar hasta la
rodilla, en donde hizo una pausa que sólo fue para tomar más impulso y seguir
trepando hasta los muslos, zona delicada y sensible que le sacó un quejido de
dolor a él, pues cuando un gato te entierra sus uñas en los muslos duele, y a
veces duele harto; pero así como los gatos, esta soledad era curiosa y
juguetona, así que siguió cuesta arriba, hasta llegar a su cintura, desde la
cual daría un salto al pecho en donde nuevamente enterró sus uñas con fuerzas,
pero a esta altura a él ya no le dolía tanto, entre que porque ya esperaba el
zarpazo y porque ya se había acostumbrado a ese dolor. Y todo esto que aquí
suena breve había tomado días, meses, años y hoy, en esta reunión social, el
gato ya le había llegado a la cara, de hecho estaba sentado sobre su cabeza, cual sombrero peludo de esos que usan los rusos. Y si visualizar al elefante en la
habitación es difícil, un gato es aún peor, pues son más sigilosos y silenciosos,
por lo que nadie notó lo que a él le pasaba, aparte que como artista y
escritor, no era extraño que anduviera en sus días reflexivos y melancólicos,
de los cuales por cierto, se suele sacar la mejor inspiración.
Y
así, con un gato en la cabeza miraba a todos vivir y disfrutar la vida, los
miraba como un extraterrestre que estudia a una especie desconocida y
extraña, añorando sentir como ellos sienten, añorando vivir como ellos viven.
Ella se acercó, feliz y un poco
emborrachada, a darle un beso dulce y ofrecerle un cigarro. Salieron al balcón
y fumaron, fumaron los últimos cigarros de ambos. Miraban las luces de la ciudad, y los pocos autos que pasaban a esa
hora. No hablaron mucho, pero no era incómodo. Estaban contemplando juntos,
procesando todo lo conversado, juntos. Ella se acurrucó en su hombro y él
siguió fumando. Se sentía bien la tibieza de ella, su perfume dulce, su
compañía. Le tomó la cara y le besó la frente. Ella sonrió contenta. Le dijo
que la esperara, que iría a buscar su copa de vino y que no se demoraría nada.
Entró y estaban todos riéndose de un chiste que alguien había contado hace
poco. Se hizo camino entre la gente para buscar su copa de vino que estaba en
la mesita de rincón.
Aprovechó la
instancia para rellenarla, porque probablemente él también querría beber de su
copa, cogió un par de maníes de la mesita de centro y regresó al balcón. Para
su sorpresa él ya no estaba, probablemente fue al baño -pensó. Así que entró y
se sentó en un sillón a disfrutar de la grata reunión y de los gratos seres que
allí estaban. Pasó el rato, y le extrañó que él aún no volviera, así que fue a
tocar la puerta del baño, y sin oír respuesta de vuelta abrió y vio que estaba
vacío. Volvió al living y preguntó si alguien lo había visto. ¿No estaba en el
balcón? -le preguntaron. No, ya se fue hace rato -dijo ella. Pero qué raro, si
no lo hemos visto pasar. ¿Y no está en el baño?. No, si vengo recién de allá.
Bah, pero qué raro. No es por nada, pero él andaba raro en todo caso, quizá se
fue a su casa sin decir adiós, no sería la primera vez que lo hace. No creo, si
ya no anda en esa onda, ahora sí se despide. Querida no seas ingenua, que la
rareza va y vuelve. Llámalo al celular. Buena idea, bájenle a la música. Algo
está sonando. ¿Dónde?. Ah, es aquí, en el bolsillo de su chaqueta. Qué extraño.
Tranquila, de seguro que se fue a casa, o quizá fue a comprar más vino, o
cigarrillos. No sé, si no estaba bebiendo mucho hoy día, y cigarrillos parece
que aún le quedaban. Ah! Tenía su cajetilla en el balcón, veré cuántos cigarros
le quedaban. Ya, te acompaño, así si le queda alguno aprovecho de hacerle un
hurto menor. Le quedan 6. No querida, ahora le quedan 5. Tengo una sensación
mala, qué pudo haberle pasado. No sé me ocurre, ese hombre está tan loco como
una cabra, cualquier cosa pudo haber pasado; esperemos un rato más, de seguro
ya aparece, verás, así que pásame el encededor que está allá en la baranda
mejor. Ya viciosa, aquí tie..............
Se oyó un grito desgarrador, que fue eterno.
Todes corrieron al balcón. Con terror
vieron el rostro de las mujeres que lloraban y gritaban, que miraban abajo y se
retorcían con gritos ahogados de tristeza y tragedia. Supieron al instante lo
que sucedía, así que sólo miraron abajo para corroborar su terrible presagio: los gatos tienen siete vidas, pero las personas no.
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