En
la oscuridad de la mitad de la noche, lentamente, tus manos buscan mi cuerpo; siguen
los rastros de mi tibieza para así alcanzarme y con un deseo que es mutuo y
consentido, tocarme. Subes por mis muslos, tus yemas apenas tocan mi piel, sin
embargo sólo basta ese toque para yo sentir tu calor y quemarme.
Te detienes en mis caderas, por varios segundos haces de ellas tu morada. Con tus dedos dibujas mis crestas ilíacas, para luego con tus palmas abrazarlas. Tu pulgar derecho, que siempre ha sido más curioso, se dirige por el centro de mi abdomen hacia mi ombligo, en donde le esperan tus labios que me besan dulcemente. Usando mi esternón de carretera, sigues subiendo con tus manos rastreadoras hasta llegar a mi busto, que se quema por ti. Tus palmas exploradoras y delicadas abrazan y moldean mis pechos, como si siempre hubieran sido tuyos, así como en otra vida pasada y esta noche tan sólo se reencuentran otra vez. No puedo verte, está muy obscuro, sólo puedo sentirte: sentir tus manos hirvientes, tu respiración suave pero fuerte, tu aliento, tu presencia, la tibieza de todo tu ser.
Lentamente te devuelves por mi centro hacia mis costillas, como queriendo abrirlas hacia los lados con la fuerza de tus pulgares, y así llegas hasta mi cintura, la cual tomas con fuerza, como si desde allí pudieses tomar mi alma más fuerte. Tu suavidad empieza a mezclarse con una pasión que me estremece toda y me aleja completamente de Morfeo. Ya estoy despierta. Tus manos han retomando su antigua ruta central, para subir hasta mis clavículas y dirigirse así hacia mis hombros, tomándolos con fuerza, mientras los besas también. Ahora acaricias mi cuello, mientras comienzas a tatuar un camino de besos desde allí hasta mi boca. Besas mi frente, mi nariz, mis pómulos, mi boca, mi mentón, una ceja, mi boca, otra ceja, una oreja, mi boca, otra oreja, mi boca, mi boca, mi boca, mi alma, mi boca. Tu mano izquierda se aloja en mi cuello mientras la derecha, ferviente expedicionista, sale a recorrer mi piel entera, dibujando mis contornos y mi silueta, como si estuvieras haciéndome a tu parecer. Mi cuerpo deseante se quema y anhela la fundición al rojo vivo.
Con tu brazo derecho me rodeas toda, acercándome con viveza hacia ti. Ya estando nuestros cuerpos muy pegados, intentas rodearme entera, me abrazas, me aprietas con fuerza, como si así lograses que nuestros cuerpos se fundan en uno al punto de que ya ninguno sepa quién es quién. Nos besamos en un beso hondo, profundo y largo, que parece eterno, tanto en tiempo como en espacio. Tu lengua húmeda y traviesa escribe poemas en mi lengua. Un quejido. ¿Fue tuyo o fue mío? Instintivamente extiendo mi cuello hacia atrás, como si así me expandiera en forma infinita. Mi pelvis te busca con danzas, cada movimiento es una posibilidad de encontrarte en una forma nueva. Me tocas con una tierna urgencia y desesperación, que me hace creer que tienes ojos en las manos. Te toco entero, necesito tu transitoria posesión, entrar en tu piel, hacer míos tus tatuajes y habitante. Me tocas entera y me aprietas como si de eso dependiera la existencia, como si desde mi cuerpo fluyese agua y tú, sediento en un desierto, murieses por beber. Soy agua, tú me bebes desde mi húmeda flor. Eres un ciego y yo tu sistema Braille, soy un libro y si no me tocas no puedes leer. Cada recoveco de mí te da una señal, una nueva palabra, un nuevo gemido. Me lees como a un mapa, sigues mis señales para acompañar mi camino a mi límite corpóreo, a mi explosión material. Te entrego mis palabras prohibidas, mis verbos censurados, mis adjetivos reprimidos. Mi cuerpo en braille te entrega todo de mí, sin esconder nada, sin dejar nada a la imaginación. Dos cuerpos desnudos, leyéndose juntos, quemándose como uno.
Te detienes en mis caderas, por varios segundos haces de ellas tu morada. Con tus dedos dibujas mis crestas ilíacas, para luego con tus palmas abrazarlas. Tu pulgar derecho, que siempre ha sido más curioso, se dirige por el centro de mi abdomen hacia mi ombligo, en donde le esperan tus labios que me besan dulcemente. Usando mi esternón de carretera, sigues subiendo con tus manos rastreadoras hasta llegar a mi busto, que se quema por ti. Tus palmas exploradoras y delicadas abrazan y moldean mis pechos, como si siempre hubieran sido tuyos, así como en otra vida pasada y esta noche tan sólo se reencuentran otra vez. No puedo verte, está muy obscuro, sólo puedo sentirte: sentir tus manos hirvientes, tu respiración suave pero fuerte, tu aliento, tu presencia, la tibieza de todo tu ser.
Lentamente te devuelves por mi centro hacia mis costillas, como queriendo abrirlas hacia los lados con la fuerza de tus pulgares, y así llegas hasta mi cintura, la cual tomas con fuerza, como si desde allí pudieses tomar mi alma más fuerte. Tu suavidad empieza a mezclarse con una pasión que me estremece toda y me aleja completamente de Morfeo. Ya estoy despierta. Tus manos han retomando su antigua ruta central, para subir hasta mis clavículas y dirigirse así hacia mis hombros, tomándolos con fuerza, mientras los besas también. Ahora acaricias mi cuello, mientras comienzas a tatuar un camino de besos desde allí hasta mi boca. Besas mi frente, mi nariz, mis pómulos, mi boca, mi mentón, una ceja, mi boca, otra ceja, una oreja, mi boca, otra oreja, mi boca, mi boca, mi boca, mi alma, mi boca. Tu mano izquierda se aloja en mi cuello mientras la derecha, ferviente expedicionista, sale a recorrer mi piel entera, dibujando mis contornos y mi silueta, como si estuvieras haciéndome a tu parecer. Mi cuerpo deseante se quema y anhela la fundición al rojo vivo.
Con tu brazo derecho me rodeas toda, acercándome con viveza hacia ti. Ya estando nuestros cuerpos muy pegados, intentas rodearme entera, me abrazas, me aprietas con fuerza, como si así lograses que nuestros cuerpos se fundan en uno al punto de que ya ninguno sepa quién es quién. Nos besamos en un beso hondo, profundo y largo, que parece eterno, tanto en tiempo como en espacio. Tu lengua húmeda y traviesa escribe poemas en mi lengua. Un quejido. ¿Fue tuyo o fue mío? Instintivamente extiendo mi cuello hacia atrás, como si así me expandiera en forma infinita. Mi pelvis te busca con danzas, cada movimiento es una posibilidad de encontrarte en una forma nueva. Me tocas con una tierna urgencia y desesperación, que me hace creer que tienes ojos en las manos. Te toco entero, necesito tu transitoria posesión, entrar en tu piel, hacer míos tus tatuajes y habitante. Me tocas entera y me aprietas como si de eso dependiera la existencia, como si desde mi cuerpo fluyese agua y tú, sediento en un desierto, murieses por beber. Soy agua, tú me bebes desde mi húmeda flor. Eres un ciego y yo tu sistema Braille, soy un libro y si no me tocas no puedes leer. Cada recoveco de mí te da una señal, una nueva palabra, un nuevo gemido. Me lees como a un mapa, sigues mis señales para acompañar mi camino a mi límite corpóreo, a mi explosión material. Te entrego mis palabras prohibidas, mis verbos censurados, mis adjetivos reprimidos. Mi cuerpo en braille te entrega todo de mí, sin esconder nada, sin dejar nada a la imaginación. Dos cuerpos desnudos, leyéndose juntos, quemándose como uno.
Cuando no existe la luz
ResponderEliminarCuando la oscuridad abraza el cuerpo
Cuando los creadores aparecen en el silencio de la noche
Es el momento de buscar
El momento de buscar a tientas, queriendo el encuentro
El momento de buscar y explorar lugares desconocidos
El momento de buscar sintiendo el calor, de quien espera
Y encontrar-se
Encontrarse en un abrazo que desea la alquimia
Encontrarse en el calor que desea la fundición al rojo
Encontrarse en el aprenderse a través del tacto
Para así perderse, en este momento, para siempre