A Sonia no le gusta usar maquillaje, sin embargo, se lo aplica sin falta todas las mañanas.
Llega del trabajo a las 7 pm, directo a preparar la cena.
Una vez lista, su marido se sienta en la mesa y prende el televisor. Come con la boca abierta, no mira a nadie más que el televisor. Su hijo, habla con ella, pero tampoco la mira a los ojos porque está concentrado en respondiendo su Whatsapp.
Termina la cena. Sonia lava y ordena. Es siempre en este punto que llega el infernal momento, ese momento secreto que Sonia cree no poder resistir más.
Su marido la llama a la pieza. Sonia acude. Rápidamente la desviste; no hay besos ni caricias como los había en otro tiempo, sólo un par de manos brutas y torpes, que con la grasa del pollo de la cena aún, recorren el cuerpo tenso y frígido de Sonia.
Su marido la da vuelta, la toma por el culo y la penetra sistemáticamente, liberando en el acto todo su deseo animal . Sólo entra y sale, no toca a Sonia más allá de lo necesario para sostenerla, sólo quiere llegar rápido al orgasmo. Aliviado y sudoroso, se percata de que su mujer no ha emitido ni un susurro, y que se tapa rápidamente el cuerpo con una toalla que estaba a la mano, apenas él termina.
Enojado, le pregunta que si acaso ya no la calienta, y Sonia enrabiada le grita que hace años que ya no la calienta, que se ha vuelto un animal que sólo la usa para saciarse, y que no recuerda la última vez que la calentó.
Exaltado, el hombre le grita que esa no es manera de tratar a su marido, que cómo se le ocurre faltarle el respeto y en su propia casa. Se acerca y la toma fuerte de la quijada, diciéndole que si ya no la satisface es porque de seguro ella anda deseando otros picos. Sonia quita la gruesa mano de su marido de su cara y le grita que quizás debiera ir a montarse encima de otros hombres, para recordar cómo se siente el placer.
El marido alterado, sin pensarlo, lanza una cachetada a Sonia en la mejilla izquierda, con todas sus fuerzas, lanzándola al suelo en el acto. No satisfecho, se inclina sobre la mujer y le tira el pelo, diciéndole que es una puta malagradecida, que con él nunca le ha faltado nada. Iracundo, y con los ojos idos, le pega 7 cachetadas más, cada una más fuerte que la anterior.
Sonia resiste los golpes pensando en su familia, en las onces familiares de los Domingos y el rico kuchen que preparaba su mamá; también recuerda los veranos que pasó en la playa junto a sus amigas de la Universidad, en los que sólo tomaban sol y salían a bailar. En la cachetada número 5 recordó al amor de su juventud, con quien tuvo una relación de 3 años, la que terminó cuando ella conoció a Juan, quien ahora procedía a darle la cachetada número 7.
Luego de unos minutos y al borde de la inconsciencia, Sonia se incorpora con dificultad, con ardor y sangre en el rostro, mientras Juan yace exhausto en la cama, viendo televisión, como si nada hubiese sucedido.
Temblorosa y asustada, se dirige al baño, cierra el pestillo y enciende la ducha. Da llantos ahogados, procura llorar en silencio la tortura de su matrimonio. Bajo el agua caliente de la ducha se pone en posición fetal en el suelo, siente el agua cayendo por todo su cuerpo y sólo desea morirse. No quiere salir nunca más de ese baño ni de esa ducha. Ya no quiere vivir más. Pero no dejaría a su hijo solo con la bestia de su marido, es su instinto maternal lo único que le da motivos para existir.
Con una fuerza de voluntad tremenda, y agotada por llorar callada, sale de la ducha. Se seca el pelo y se pone el pijama. Se acuesta en la misma cama en donde duerme su torturador. Procura dormir pegada a la orilla, evitando cualquier tipo de contacto con Juan.
Toma su celular y configura la alarma a las 05.35 am.
Mañana toca sesión de maquillaje larga -piensa- mientras se queda profundamente dormida.
*Cuento en honor a todas aquellas mujeres que sufren en el silencio, ya sea violencia física, psicológica, verbal, económica o cualquiera. Recuerda que tú no tienes la culpa de nada. No existe nada que puedas haber hecho para que la violencia sea tu castigo. Nada.