,hace algunos (varios) años adopté un tipo de escritura a la que se le conoce como imprenta. Nunca supe bien de dónde viene lo im de la imprenta y tampoco nunca me había resultado relevante. ¿De imprecisa? ¿imperativa? ¿importuna? ¿dé donde lo im?
Hoy, escribiendo mis arrebatados pensamientos sobre cosas lentas, mi mano fue cogiendo una velocidad creciente, de esa que sólo puede provenir de la pasión. Poco a poco, la calculada y estilizada imprenta fue desdibujando sus formas de caligrafía de escuela. Cada letra parecía apresurar el tranco para tocarse con su antecesora, que también escapaba de sí. De pronto, la imprenta era tan imprecisa, tan artificial. Su ley de cada letra por sí misma, una al lado de otra, sin tocarse jamás, me resultaba tan absurda.
Mi mano, extasiada en una danza que intenta comunicar ese resto que se escapa siempre, comenzó a manuscribir. Cada letra fundida con otras, en una multitud promiscua que anuncia signos nuevos en palabras tan improvisadas como la polilla que se acaba de posar en mi mano mientras escribo estas ideas sin ninguna finalidad. Ninguna más que hacer memoria de la fugacidad con que se piensa al acto mismo del pensar. Cuando escribo con la mano, siendo mi propia palabra en hacerme gesto, es que escribo con el corazón.
Y esa es la única escritura que puede valer la pena.
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Natalia Ginzburg. Mi compañera del pensamiento por estos días. |
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