sábado, septiembre 08, 2018

Contrato Sexual


A nuestros cuarenta y pico, sabíamos que teníamos que creer en algo. En lo que fuera, y aunque habíamos sido cada unx por su cuenta nihilistas escépticos, surgió el consenso estratégico de creer en el amor. El problema inmediato fue cómo hacerlo. A partir de las observaciones participantes que llevábamos realizando toda la vida, determinamos que sería prudente saludarnos de beso en boca. Como eso no sería suficiente, tendríamos que sumar el caminar tomadxs de la mano.
Esfera pública resuelta.

Ahora bien, nos faltaba colonizar de amor lo privado. Considerando lo extenuadxs que quedábamos luego de nuestras cuarenta-y-cuatro horas semanales, tener sexo una vez a la semana, de preferencia Viernes o Sábado, apareció como estrategia fenomenal. Entonces, beso en boca, manos juntas, sexo semanal. ¿Qué más nos faltaba? ¿Qué más hace la gente que dice amarse? Claro, salidas a comer, también una vez los fines de semana, ojalá con foto de por medio que lo atestigüe en algún medio digital.

Pero aún nos quedaban cabos faltantes de anudar. El pacto quinto fue consumir series de moda acostadxs en la cama, idealmente sin hablarnos. Y de inmediato, surgió nuestro artículo seis: saldríamos siempre juntxs a cualquier celebración social, tuya o mía, ya no nos presentaríamos solos/as ante el mundo exterior. Si todo esto que habíamos visto hacer a la gente que decía creer en el amor no nos funcionaba, entonces tendríamos que dar el golpe certero para poder anudar nuestras desesperanzas errantes en algo más tradicional que la anarquía: tener un hijo/a. Como ya estábamos algo pasaditxs para una cría humana, adoptaríamos un perrito. Perrito se volvería el centro de nuestras conversaciones, dormiría entre nuestros cuerpos, lo llevaríamos seguido a su veterinario, le lavaríamos los dientes cada noche y hablaríamos de él como el hijo.

Como ahora estaba el hijo-perro en escena, nuestra estrategia tenía que tornarse más seria, claro, para darle seguridad a él. De pronto, ya tuvimos fecha en el registro civil. Después de todo, casarse no era tan malo: tú me tendrías a mí para cuidarte cuando estuvieras viejo, y para hacerte las labores del hogar; y yo te tendría a ti para complementar mi paupérrima jubilación, porque como viví siendo mujer, la pobreza me asedia desde que nací.
Y así, todo arreglado: tenemos un contrato sexual.