Era un difícil día Lunes, como siempre. En medio de esos cuerpos ajenos, cuerpos otros, intentaba afirmarse en la micro. Tras varios intentos fallidos logró hacerse de un pequeño espacio propio en el pasamanos de arriba, perfectamente ajustado a su longitud. El codo, exactamente angulado en noventa grados, le permitía descansar su ajetreada cabeza en el bíceps y dormitar lo que restaba del camino. No se percató que en sus ensueños un joven millenial sentado frente a ella sacaba sigilosamente su teléfono celular, para con horror, retratar fotográficamente en un cuasi retrato, su axila.
El joven no tardó en utilizar su plan de datos móviles-internet y redes
sociales ilimitadas para difundir a través de Facebook la impactante imagen de
la axila junto al texto:
"Lejos
lo más asqueroso que existe: una mujer con las axilas peludas. Gracias por
matarme toda la pasión. Puaj."
No
habían pasado ni diez minutos y la foto ya era gustada por veintisiete de sus
amigos y amigas. A los treinta minutos, ya era diez veces compartida. El horror
ante la imagen era compartido de manera exponencial entre las redes sociales. Trending
topic. Al atardecer un periodista de un medio digital contactó al joven
para hacerle una entrevista escrita sobre la experiencia. Al día siguiente se
podía leer como noticia el titular "Desvergonzada mujer muestra sus
axilas peludas en el Transantiago" con una delicada bajada de título que
decía "Conoce aquí el relato del valiente joven que se atrevió a
retratarla". El medio digital alcanzó récords de clickeos en el artículo,
siendo compartido cuarenta y cinco mil veces en 3 horas. La noticia no dejaba
indiferente a nadie.
Al día
siguiente Alejandro Jara, que ya se hacía conocer como el Chico Jara, era
invitado al matinal más famoso de la televisión chilena. Comentaristas de
diversos temas lo entrevistaban sobre la nefasta experiencia. Profesores
universitarios de ética opinaban sobre el asunto. Expertos en tuiter analizaban
tendencias. Modelos ultradepiladas mostraban sus perfectas axilas en tevé
nacional. El Chico Jara aprovechaba su cuarto de hora y se la jugaba de
traumatizado. En close-up a las cámaras pedía que encontrasen a la joven, que
la ayudaran, que no tuviera miedo de darse a conocer, que viera esto como una
oportunidad de crecer, que los psicólogos del matinal habían prometido
tratamiento gratuito, y tantos etecé.
Pasaban
los días y la joven no aparecía. Los noticieros centrales, los matinales y
hasta los canales de cocina abordaban una y otra vez el asunto,
exhortando a la mujer a aparecer públicamente y pedir/recibir ayuda. A esa
altura el chico Jara, entre tanta fama y entrevista, ya había sacado su primer
single trap "Mujer con vello no es bello", que sólo fue superado en
descargas por su segundo single "El rap de las lampiñas". Ni el trap
ni las cajas de leche con la polémica foto habían logrado traer a la joven a la
escena.
La
creación mitológica sobre el paraje de la peluda mujer no tardó en aparecer.
Ufólogos, espiritistas, médiums, opinólogos y reptilianos debatían sobre sus
teorías en torno al paradero de la joven. Surgieron varias hipótesis, como la
del suicidio, al suponer que la peluda joven -al verse en las fotografías y
escucharse en las noticias, no soportó la vergüenza y la carga social,
decidiendo borrarse del mapa de la vida. Otros sectores pro-vida permanecían
más optimistas y asumían que de seguro la joven había encontrado su camino en
la iglesia y estaba en un tiempo de restauración espiritual: de tanto caminar
por el desierto, ya estaba en Canaán. Y claro, no faltaron los anarquistas
conspirativistas que sostenían la peor y más terribles de todas las hipótesis:
quizá la joven se había vuelto feminista.
Ante
todo el ajetreo y la culpa que suscitó la tesis del suicidio, la gente de los
matinales apareció un día con poleras blancas con el hashtag: #todassomospeludas.
Dieron disculpas públicas a la anónima familia de la joven, reconociendo el
impacto que la difusión de la fotografía y las entrevistas podría haber tenido
sobre la salud mental de la joven, quien a esta altura ya tenía un claro perfil
psicopatológico, según psiquiatras que usaban como biblia el DSM VII y el CIE-13.
Con esto,
surgió toda una campaña de pedir perdón a la pobre y vulnerada joven. El
hashtag se volvió trending topic. Las grandes tiendas no tardaron en lanzar una
línea de poleras-peto con él. Luego, las carteras y las bolsas reutilizables de
género. En marzo, los cuadernos tenían el hashtag en todas sus portadas. Los
ilustradores tuvieron su época de mayor contratación, pues el estampado
del hashtag y los nuevos diseños con axilas animadas peludas se estaban
vendiendo como pan caliente. Tazones, chapitas, banderines tibetanos,
cintillos, jockeys, calcetines, lencería, bumper stickers, carcasa de
celulares, llaveros, monederos, lápices, agendas, axilas de juguete. A tres
cuotas precio contado sin interés, con débito, crédito, hasta en veinticuatro
cuotas con interés simple, dos por uno, tres por uno, compra-una-y-dona-una.
La moda
no tardó en sumarse a la tendencia. Las mismas modelos ultradepiladas de los
matinales se dejaron crecer los vellos de las axilas como gesto de solidaridad.
Aunque claro, para diferenciar sus peludas-axilas-de-supermodelos de axilas
comunes y silvestres, tiñieron con colores sus delicados vellos. Primero,
fucsias. Luego verdes, amarillos, arcoiris, escarchados y flúor. La colorida
tendencia se instaló con furor. Con tanta demanda por acicalamiento de axilas
los institutos profesionales se apresuraron por lanzar al mercado la carrera
técnica de "Axilista integral". Por contraparte los institutos
profesionales jipis compitieron rápidamente con la carrera técnica de
"Axilista holístico integral". Los centros de estética abrieron
servicios especializados para el cuidado de las axilas, que rápidamente se
independizaron por la creciente demanda, superando las Axilerías en proporción
dos es a uno a las Barberías.
Con el
tiempo, la gente fue olvidando a la joven que originó todo. Su foto (más bien
la de su axila) dio a parar a un museo nacional en el centro de Santiago que
sólo abría de Martes a Sábado, de diez a seis. El chico Jara se volvió algo así
como un ícono kitsch, un René de la Vega o un Lucho Jara, que de tanto en tanto
aparecía en reality shows o concursos de bailes de pseudo-famosos. Él aceptaba
todo, pese a lo ridículo que se veía con su panza vestida de lycra brillante,
pues más que mal, a sus cuarenta y cinco tenía que pagar la universidad
de sus dos hijas y el hipotecario a treinta años que más que avanzar parecía
retroceder.
De la
joven nadie nunca supo nada. Y del estúpido y absurdo mundo, la que fue una vez
esa joven de libres e indómitas axilas, tampoco quiso saber más.