Si afortunadamente hemos de superar
los binomios cartesianos de la tradición occidental del pensamiento
podremos decir pues, que más que tener dos lados
existe en todo una gama de bastantes grises.
Si no hay nada oscuro en el deleite
de revivir en reserva tiempos inmemoriales,
así no hay nada claro en no dejar dormir tranquilas
algunas memorias.
Será probablemente eso grisáceo
eso sin forma ni tamaño,
eso amorfo e innominado
en donde conviven los sitios muertos que no mueren
en tanto algún ente sonámbulo los invoca
al son del humo de un cigarro.
Miles de grises se extienden
entre el vestigio del allá de unas presencias conjuntas
que han mutado en nuevas formas, sin ser ninguna igual de sí,
siendo iguales entre sí en su ocasional tránsito
de un lugar que es hoy inmaterial.
A veces, más blanco y sólo un poco de negro.
Otras veces sólo negro con migajas blancas.
No existe un gris, sino más bien lo grisáceo,
un algo opaco y pixelado, borroso y borrado,
cuyas pinturas se han plasmado en lo indecible
de recuerdos que se resisten a ser lejanos.
Así, cual gama de bastantes grises,
hay historias que reverberan como ecos subterráneos,
que no son blancas ni negras,
son grisáceos cantos de nostalgias de otra vida,
laberintos intrapsíquicos, afables rutas de viaje, gran barbarie,
cuya ternura y culpable inocencia,
se recuerdan y son miel.
